Wednesday, February 22, 2012

Desyerbando la maleza

Tengo un pequeño huerto.

Deseo compartir mi cosecha.

Abejas se han posado y se han robado el azúcar de mi mismísima existencia.
Muchas veces me pregunto si yo he sido cómplice del crimen.
Ese néctar, gota a gota, ha secuestrado sonrisas mientras que el polen dejado sólo genera suspiros.

La recompensa es muy alta.

Siento no poseer el conocimiento ni la voluntad para reclamar tan valioso tesoro.
Me cuestiono si lucho con un daño irreversible.
¿Podré recuperar esos momentos de felicidad genuina?

Me decido a desyerbar la mala hierba. No puedo cerrarme las puertas de la vida esperando un tesoro que aparenta haber perdido su valor.
No me puedo sentar en mi ventana esperando por un néctar que se ha convertido en miel en labios de otros.

Llegó el momento de la zafra.
Llegó la hora de recoger mi cosecha y sembrar nuevos deseos.

Estoy seguro que siempre vendrán sabandijas. No las esperaré, pero día tras día me siento más preparado para enfrentarlas.

No robaran quien soy. No lo permitiré.

Tomaré lo que me pertenece.
Y el banquete será servido para mi, para mi disfrute.
Y quizás, en el momento en que la mesa esté lista, habrá alguna silla para aquel que valore las delicias que mi huerto tiene para ofrecer.

Quizás.

P.S. No existe ambiente más orgánico que mi interior. Se que los sentimientos más puros y fuertes han crecido en él. Estoy seguro que, aunque latentes, siguen ahí. Azotados por vientos de decepción con fuerza huracanada. Tengo la tormentera de mi integridad, tengo la alacena llena de vivencias, y así, y solo así, resistiré la furia de la naturaleza. Le demostraré a la vida, y a mi mismo, que nadie puede derribar lo que fuerte ha sido construído.

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